Siempre resulta curioso observar la misma escena en la que una madre va con su hijo de pocos años en el carrito de paseo y se cruzan con otra madre en la misma situación, pero con una niña. El primer niño señala a la niña del otro carrito, la identifica como un igual y dice emocionado:
– ¡Nene!
Y su madre, quizá algo apurada, lo corrige:
– No, nene no. Es una nena, ¿no lo ves?
Claro que no lo ve. Y es que, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, los bebés no son conscientes de su sexualidad hasta los 5 años de edad. En España parece que este hecho no ha tenido mucho calado, de manera que muchos padres y madres se empeñan en señalar las diferencias sexuales de su bebé mediante el color de la ropa o agujereando las orejas de sus hijas (práctica muy mal vista por sociedades más conservadoras, que consideran que llevar pendientes es una característica exclusiva de las mujeres adultas, como maquillarse o llevar tacones, poco adecuado para las niñas).
Actualmente y desde hace poco, en Alemania ya no es obligatorio registrar el sexo del bebé al nacer en el registro civil, pudiendo especificarlo o no más adelante. Es un avance importante, sobre todo teniendo en cuenta que el sexo del bebé no ha de ser relevante ni para su educación ni para su socialización dentro de la sociedad igualitaria que pretende ser también España. Además, esta medida se ha adoptado para proteger todos aquellos casos de intersexualidad o ambigüedad genital que se da en el 1´7% de los bebés recién nacidos, lo cual significa que casi 2 de cada 100 bebés tienen unos genitales difícilmente distinguibles por un adulto, por lo que determinar su sexo tras el nacimiento puede ser, además de innecesario, incorrecto.
Otras sociedades, como por ejemplo la anglosajona, son mucho más prácticas en este sentido, ya que poseen un pronombre neutro (it, «ello») con el que se refieren a los bebés en lugar de llamarlos «él» o «ella», ya que su lenguaje sí contempla esta asexualidad infantil.