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Un dolor de muelas saludable

Una de las comidas preferidas de los niños suele ser la pizza, de hecho es la única forma en la que consigo que mi hijo coma algo de verdura pues le pongo, debajo de la capa de queso para que no los vea, trocitos de calabacín muy pequeños, trocitos de cebolla minúsculos o trocitos de berenjena. Pero aviso de que si alguna madre que me lea quiere copiar mi idea tiene que hacer los trozos extremadamente pequeños para que al morder no los descubran pues, os aseguro, que ni en el sabor ni en la textura se notan.

Pero dejando a un lado mis dotes Jedai, os adelanto de que no vengo a hablaros de trucos de cocina para conseguir que nuestros hijos se coman las verduras, eso caerá en otro post, hoy vengo a contaros cómo mi hijo, un acérrimo fan de la pizza, lleva casi ocho semanas sin probarla.

Hace ya varios meses que mi hijo venía notando pinchazos de dolor en una muela cuando comía o bebía algo frío, pero como le da miedo ir al dentista, no nos dijo nada hasta que se le hizo un flemón impresionante que nos obligó a ir de urgencia a la Clínica Calderón. Por lo visto, había esperado tanto a decírnoslo que ahora tenía una infección de padre y muy señor mío, lo que no permitió a los dentistas abrir directamente para ver la encía, tenían que bajarle antes la inflamación y esa infección. Como nos íbamos de vacaciones a Palma de Mallorca le mandaron unos antibióticos potentísimos para que le bajara todo un poco y así poder tratar su problema a la vuelta.

La teoría no era mala pero sí la práctica, ya que cuando llegamos a Palma mi hijo apenas podía comer de nada y nosotros no podíamos hacer absolutamente nada para remediar el problema, salvo esperar unos días a que los medicamentos hicieran efecto, así que el pobre nos miraba comer con ojos de pena mientras él se conformaba con potitos de bebé, cremas y sopas, poco más.

La segunda noche de estancia estuve pensando adónde podríamos ir a cenar para que él pudiera comer algo más. Se me ocurrió que la pizza, si es de masa fina y blanda, podría ser una opción. Fuimos al Art de Pizza, un restaurante que nos recomendaron en el hotel, y les expliqué la situación. El cocinero, que es un artista, le hizo a mi hijo una pizza de cuatro quesos a fuego muy lento que prácticamente tuvo que comerse en plato con cuchillo y tenedor ya que era imposible coger un triángulo con la mano sin que se espachurrara por todas partes.

Al pobre le gustó tanto poder comer pizza que todos los días, a pesar de que nosotros comiéramos en otra parte, pasábamos por el Art de Pizza para comprarle a él la comida y la cena. Acabó tan harto de la pizza, por muy buena que estuviera, que ahora no quiere verla ni en pintura. Cada vez que le proponemos tomarla para comer o cenar me pone cara de asco y me suplica que hagamos cualquier otra cosa.

Tanto me agarré a esa afirmación que empecé a hacerle todas esas comidas que nunca ha querido probar, incluido el lenguado,  y en cuestión de dos meses come mucho más sano y más variado que antes.

Conclusión: nada mejor que un dolor de muelas para conseguir que tu hijo odie su comida favorita y empiece a probar cosas nuevas.

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