Hay veces en las que, cuando una persona cae enferma, arrastra a más de uno de la misma familia y eso es lo que nos está ocurriendo a nosotros desde hace ya algunos meses. Mi abuela, de 88 años, estaba bastante bien hasta hace poco tiempo. Tenía sus cosas, como todas las personas mayores, pero ninguna con demasiada importancia: que si las rodillas, que si la tensión, que si el azúcar… pero hasta ahí, nada más. Sin embargo, ahora y no podemos decir lo mismo.
Físicamente sigue estando bastante bien. Tiene sus problemillas y le cuesta caminar pero no padece ninguna grave enfermedad que le impida hacer una vida más o menos normal. Ahora bien, la cabeza ya no está donde debería estar. Creemos que padece demencia, porque alzhéimer no es, y dice unas cosas muy extrañas que hacen que todos nos preguntemos si es la misma persona que estaba antes en casa o no. Y el mayor problema no es que se le vaya un poco la cabeza de vez en cuando y confunda a mi padre con el suyo o piense que la pueden los presentadores de los programas matinales desde el otro lado del televisor, el problema es que hay días, cada vez más, en los que se despierta gritando, se cree que se va a morir, nos pide que la encerremos en un manicomio o se pone a clamar al cielo pidiéndole a Dios que la deje irse pronto porque no puede más. Y yo me pregunto ¿no puede más de qué, si está bien?
Sin embargo, al fin y al cabo, quien se come esos gritos, esa manía de levantarse sola y caerse porque ya no camina bien, esos insultos y esas barbaridades que salen por su boca, es mi madre, no yo, porque yo voy de visita y no vivo ahí así que, en realidad, no puedo opinar demasiado.
Mi abuela no va a cambiar ya, debemos hacernos a la idea de que esto irá a peor y de que los años que se quede con nosotros serán así, pero mi madre no lo acepta, pero no porque no se dé cuenta de que es mayor y tarde o temprano tendrá que dejarnos, sino porque le afecta mucho todo lo que dice mi abuela, le afectan sus gritos, sus demencias y todas sus palabras. Eso se traduce en que ahora, al que necesita ayuda, es mi madre.
El psicólogo está muy bien para hablar, para que te ayude a comprender qué te ocurre y para que no se te vaya de las manos alguna que otra situación pero cuando llegas al punto de estado de ansiedad, nervios y desesperación en el que se encuentra mi madre, lo que necesitas es medicación y eso sólo puede dártelo un psiquiatra. Nosotros hemos acudido al Dr. José A. Hernández, un psiquiatra y psicoterapeuta muy conocido aquí en Alicante que, gracias a Dios, está ayudando mucho a mi madre, pero hay muy buenos profesionales a lo largo y ancho del país así que nadie os diga que recurrir a la medicación, cuando verdaderamente es necesario, es algo malo y buscad ayuda.
Bajo prescripción médica
Está claro que la medicación para los nervios y la depresión crea dependencia y que no se puede tomar a la ligera pero es que parece que ahora, con todo el movimiento en contra de la drogadicción que hay en el mundo, hasta quien necesita esa medicación está mal visto y no es justo. Mi madre no quería medicarse, lo de ir al psicólogo lo aceptaba pero cuando éste la derivó al psiquiatra para que le diera algo que pudiera ayudarla con los nervios, no quería ir. Pensaba que se iba a convertir en una adicta que iba a depender de esa medicación toda la vida y eso no es cierto, siempre y cuando sigas las indicaciones de tu médico.
Si estáis en una situación parecida, si la enfermedad de un familiar (bien sea por vejez o por dependencia) os está pasando factura y necesitáis ayuda, pedirla. No esperéis, no es nada malo.